Los últimos años han sido inesperados en la historia contemporánea del Ecuador, dada la suma de eventos catastróficos que cambiaron radicalmente el “paisaje migratorio”. El 16 de abril del 2016, Ecuador vivió un terremoto de magnitud 7,8 grados que causó 674 muertos y más de 300.000 damnificados. Muchas personas afectadas por el movimiento telúrico huyeron de sus residencias y se desplazaron a otras ciudades como Durán y Guayaquil, y unos 57.000 abandonaron el país.
En 2017, se cerró la década del gobierno de la denominada Revolución Ciudadana, y se daba el “giro a la derecha” tras la victoria de Lenín Moreno. La recomposición neoliberal, conducida por el expresidente Moreno y su alianza gubernamental con las viejas élites oligárquicas, los gremios empresariales, los oligopolios de la comunicación y los partidos de derecha, produjo el deterioro de las condiciones de vida de una gran parte de la población ecuatoriana, lo que hizo que muchos vieran nuevamente en la migración una opción para mejorar su situación.
En efecto, entre el 2017 y el 2019 casi 100.000 personas migraron, y para esas fechas se registraba un total de 1.183.685 migrantes ecuatorianos en el exterior, unos 7 de cada 100 ecuatorianos. Sin embargo, lo peor estaba por venir.
Lo que a principios de 2020 se veía como una noticia lejana de algo “extraño” que brotó en un mercado mayorista de mariscos en la provincia de Wuhan en China, cuatro meses después se transformaría en la peor pesadilla: la COVID-19. El inicio de la pandemia, en medio del debilitamiento del sistema público de salud, fue letal. Como parte de las medidas de ajuste, la inversión en salud se redujo de 306 millones de dólares en 2017 a prácticamente un tercio en 2019.
El diagnóstico del mal gobierno de Moreno cerró con reiterados cambios de ministros, una red de corrupción en torno al manejo de la pandemia y el inicio de “los vacunados VIP”, allegados a su gabinete. Para finales de diciembre del 2021, Ecuador registró unos 70.000 fallecidos en exceso, según los datos del Registro Civil.
La pandemia hizo que en 2020 se cerraran muchas fronteras a escala mundial, dejando a una gran cantidad de migrantes, viajeros y turistas varados, lo que llevó a una disminución del saldo migratorio que ese año fue negativo. Sin embargo, en el ámbito económico, el resultado de las políticas de ajuste neoliberal, así como por efectos de la pandemia, fue el decrecimiento del 7,8% del PIB.
Conforme se fueron reabriendo las fronteras, nuevamente miles de ecuatorianos vieron en la emigración la solución ante la crisis. En el 2021, el saldo migratorio se ubicó en poco más de 81.000 ecuatorianos. Pero no solo se incrementaron los flujos, sino también el envío de remesas que se convirtió en el sostén fundamental de muchas familias para aguantar la crisis. Si ya en el 2020 se dio un aumento, en el 2021 las remesas se dispararon, batiendo en ambos años un récord de envíos y superando por primera vez la barrera de los cuatro mil millones de dólares.
Para 2022, las “plagas” no se habían terminado en el país andino. Al cuadro descrito se sumó un nuevo problema: el incremento de la violencia y las muertes, primero dentro de los centros carcelarios y luego en las calles del país, lo que llevó a un alza en el número de asesinatos, sicariatos y feminicidios. Hasta finales de diciembre de 2022 se reportaron, según datos de la Policía Nacional, 4.539 muertes violentas y 332 feminicidios. La tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes subió a 25,5, la más alta de la historia.
La sumatoria de eventos negativos: retorno de políticas neoliberales, incremento de pobreza, desempleo, mal manejo de la pandemia, aumento de la inseguridad y la violencia ocasionó una nueva estampida migratoria. El 2022 cerró con la salida del país (sobre todo a Estados Unidos) de aproximadamente 108.000 ecuatorianos que no volvieron.
Según fuentes estadounidenses, los datos de “encuentros” entre ecuatorianos con la Border Patrol se incrementaron considerablemente, llegando a más de 90.000 en el 2021, y fue Ecuador el país que más creció (1.971%). Esto ocasionó que México y Guatemala impusieran visa de entrada a los ecuatorianos como parte de las políticas de externalización del control de EE. UU.
Sin embargo, esta medida no produjo la disminución de los flujos, sino la búsqueda de nuevas rutas, una de ellas por el llamado Tapón del Darién en la frontera entre Colombia y Panamá, conocida por su peligrosidad. Si hasta el 2021 eran muy pocos los ecuatorianos que usaban esta vía, al año siguiente fueron 29.356 personas, siendo el segundo grupo que más usa esta ruta, solo después de los venezolanos. No solo sorprende el volumen, sino también el perfil de aquellos migrantes que usan esta vía, dado que nos encontramos con personas de estratos sociales bajos que ya no tienen ni los recursos ni las redes para hacer el viaje con ayuda de prestamistas y coyoteros.
En los dos últimos años, el saldo migratorio llegó a 190.000 personas. Para dimensionar la cifra, esta es superior al saldo migratorio de los anteriores doce años. La principal diferencia al comparar con la anterior estampida, que empezó a finales de los noventa del siglo pasado, es que las y los ecuatorianos migraban más a Europa, por vía aérea y sin necesidad de visa (hasta el 2003). Ahora muchos migran, sobre todo a EE. UU. por tierra, aunque cruzando todo Centroamérica y México.Esto da cuenta de que ni la imposición de visas ni la “migra” ni los virus detienen a los migrantes de un país, como Ecuador, que lleva un siglo de ausencias…