La tres veces milenaria Chengdú, capital de la provincia de Sichuan y enclave económico de alta tecnología, concentra una población que roza los 16 millones de habitantes en su área de influencia. Descrita por Marco Polo como una bella ciudad en tierra llana, al veneciano le sorprendió la importancia fluvial y el encanto de sus muchos puentes sobre el agua. Hoy en día Chengdú se ha convertido en el destino preferido del turista nacional por su buen clima durante todo el año, la reconocida hospitalidad de sus gentes y por albergar al panda gigante, otro de los símbolos de este idílico lugar del que nadie se quiere marchar.
Establecida en el siglo IV a. C. en Sichuan, una provincia a la que la historia china nombra como “la tierra de la abundancia”, Chengdú no solo es la ciudad más grande de esta vasta zona sino que es una de las más antiguas urbes de todo el país. Ubicada en una amplia llanura en la privilegiada latitud de los 30º norte, con una altitud media entre 450-720 m sobre el nivel del mar, el área geográfica sobre la que se asienta limita al norte con la cordillera Longmen, al sur con la meseta de Yunnan-Guizhou, al este con las montañas Longquan, y al oeste con la sierra Qionglai. A vista de pájaro, su perfil físico muestra un valle cubierto de verde, insertado en una fértil planicie a la que nutren diversas cuencas fluviales mantenidas por generosas lluvias.
Entre los atractivos que brinda Chengdú al visitante se encuentra un clima cálido y húmedo. La variación anual media entre las temperaturas más frías y las más calurosas se sitúa en 20º C, con un promedio mensual que no baja en enero de los 3º C y que no alcanza de media mensual máxima los 30º C en julio y agosto. Estas características, entre otras, han hecho de esta población la actual meca del turismo nacional y le han servido para ganarse el apelativo de paradisíaca, al que algunos añaden también el de misteriosa. Puede que sea ello por sus ancestrales montañas, surgidas hace cientos de millones de años y que le han otorgado una especial fisonomía a su orografía.
No tan lejano en el tiempo, aunque hace todavía unos 2.500 años, Kaiming IX soberano del Reino de Shu, durante el periodo de los Reinos Combatientes (战国, 475-221 a.C.), convirtió a Chengdú en capital con el premeditado plan de “construir una villa el primer año, un pueblo en el segundo, y una ciudad en el tercero”. Este rey fue quien le dio el nombre que aún hoy ostenta esta vigorosa metrópoli que tiene por símbolo a la flor del hibisco y la que también recibe el título de ser “la ciudad del brocado”. Desde el siglo IV a. C., pues, Chengdú ha sido la sede del gobierno de Sichuan y su destacada capital. Las excavaciones de las ruinas de Sanxingdui, a unos 30 km al noroeste, dan cuenta del primer asentamiento urbano del vetusto Reino de Shu hace unos tres milenios. El famoso poeta de la dinastía Tang (唐, 618-907), Li Bai (701-762), la describió como una ciudad excavada en el Noveno Cielo que se asemeja a una bella imagen a la que puntean miles de hogares.
Esa cifra, con el devenir de los siglos, se ha multiplicado exponencialmente y ahora, según las últimas estadísticas de población, ronda los 16 millones de habitantes. El dato supone la segunda mayor concentración humana del suroeste chino para quienes viven en un área de influencia subprovincial de 14.378 km2, equivalente al territorio de la isla de Puerto Rico. Para sentir el peso de la historia y de la tradición en esta ciudad, nada mejor que dar un paseo por una de sus calles más famosas. Jinli es la arteria comercial y de ventas más antigua y aquí se respira el cálido ambiente que brindan el folklore y la idiosincrasia cultural. En Jinli, cuya traducción podría ser “bello y brillante”, empezó a circular el jiao zi, considerado el primer papel moneda de la historia que se imprimió como billete oficial en todo el mundo. Fue en Chengdú, durante el primer año del reinado de Tian Sheng de la dinastía Song (宋, 960-1279), y su circulación se ha mantenido casi 800 años en el territorio de Sichuan.
Ciudad del agua
Desde esta villa se iniciaba el recorrido de la Ruta de la Seda en su vertiente meridional y es por lo que Chengdú se convirtió en un puente cultural entre China y las diferentes civilizaciones del mundo en aquella época. Fue precisamente el incansable viajero Marco Polo el primer europeo en completar dicho recorrido. Al atravesar sus escarpadas montañas y profundos valles, tras vivir incontables calamidades, arribó a esta bulliciosa y floreciente urbe en el s. XIII. Al pisar sus calles y contemplar el ir y venir de barcos en sus ríos, los diversos puentes que los atravesaban, así como al gentío que formaba una corriente humana sin fin; no pudo menos que dar gracias a Dios por haberle regalado la vista de una “ciudad del agua” como la suya en la que se sentía como en casa. Gracias al precursor veneciano, Chengdú fue una de las primeras ciudades chinas que se conocieron en la Europa del Renacimiento.
Su situación en la confluencia entre los ríos Jin, Fu y Sha le ha abastecido de abundante agua gracias al antiguo sistema de irrigación de Dujiangyan que ha sido clave en su desarrollo. El dominio de las inundaciones, diseñado en el siglo III a. C., funciona sin interrupción desde su creación. Gracias a una bifurcación del cauce, una parte de las aguas del río Min Jiang se deriva hacia un canal que las conduce hacia la planicie de Chengdú. Esta construcción contiene los anuales desbordamientos causados por el aumento del caudal del río tras el deshielo. Esta obra hidráulica fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000 conjuntamente con la cordillera Qingcheng. Esta elevación, que concentra 36 cumbres, es uno de los orígenes del taoísmo y posee toda una serie de antiguos templos que conmemoran el nacimiento de esta doctrina.
El agua, a través de una recomendable travesía en un crucero, lleva también a una atracción ineludible. Se trata del Gran Buda de Leshan, que se halla en las confluencias de los ríos Min, Qingyi y Dadu, y que está tallada en la propia roca del acantilado Qi Xia. Representa una impresionante estatua que se construyó durante la dinastía Tang (唐, 618-907). Actualmente se la reconoce como la figura más grande del Buda Maitreya en piedra en todo el mundo. La gigantesca escultura, junto con el paisaje panorámico del monte Emei, integra también la lista del Patrimonio de la Humanidad de la mencionada organización internacional desde hace más de dos décadas.
Reserva del panda gigante
No es extraño que en este atractivo lugar, con las ya inmejorables condiciones ambientales y climáticas descritas, viva uno de los mamíferos más antiguos que aún hoy resisten en la Tierra. Se trata del panda gigante, con sus dos subespecies, al que las recientes investigaciones científicas ya no consideran un oso. Más allá de las clasificaciones naturalistas, el entrañable animal se convirtió hace tiempo en el emblema nacional de China y en un pacífico símbolo de amistad y armonía entre los pueblos. De hecho, y durante algún tiempo, el gobierno chino adoptó la costumbre de regalar algún ejemplar de esta especie a países aliados como símbolo de hermandad y cooperación mutua; y para favorecer también su reproducción en cautividad al tiempo que aumentaba su población mundial. En la actualidad, y gracias a una intensa labor de recuperación y conservación, el panda gigante ya no se encuentra en peligro de extinción sino que se le considera vulnerable.
La provincia de Sichuan concentra el 80% de los dos millares de pandas que todavía existen en la actualidad. Para su cuidado y protección se abrieron en la década de los años 80 del pasado siglo dos lugares de especial interés: el Centro de Investigación de la crianza de pandas gigantes de Chengdú, el único del mundo situado en un área metropolitana; y la Reserva Natural Nacional de Wolong, que es la de mayor extensión con sus 200.000 ha. Los dos sitios reciben multitud de visitas cada año y en ambos, además de poderlos ver de cerca se puede, incluso, interactuar y tocarlos. La reserva de Wolong forma parte de los denominados “santuarios del panda gigante de Sichuan”, una red de siete reservas naturales y nueve parques paisajísticos declarados en 2006 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Hasta 1869, sin embargo, no se conoció a este animal en Occidente y la primera salida de China de un ejemplar se debe a la diseñadora de moda norteamericana Ruth Elizabeth Harkness (1900-1947) quien, en 1936, llevó el primer panda gigante vivo a los Estados Unidos no en una jaula o con una correa sino en sus brazos. A partir de ahí, al principio en ese país y posteriormente en el resto del mundo, comenzó la afición y el cariño que se profesa a esta ancestral especie y que ha impregnado la cultura popular en forma de películas, disfraces, logotipos, pinturas o esculturas, entre otras manifestaciones artísticas. Uno de los más famosos fue Jingjing, el panda gigante que sirvió como mascota de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008.
Centro de innovación y tecnología
Por cuanto hace al progreso económico, esta desarrollada capital se ha ganado por derecho propio una privilegiada posición en China y en el resto del mundo. Recientemente, y según la prestigiosa institución Brookings, se encuentra clasificada como la tercera mejor economía urbana en términos de crecimiento. Dicha entidad, un think-tank estadounidense, comparó criterios como los datos de Producto Interior Bruto (PIB), poder de compra y empleabilidad entre poblaciones de las 300 mayores economías metropolitanas. Chengdú aparece como una de las ciudades con mayor margen de progreso, con un crecimiento de la empleabilidad del 5’9% y una media de crecimiento del PIB per cápita del 7’2%, alcanzando el tercer lugar en los rankings generales solo por detrás de San José (California, EE. UU.) y Dublín (Irlanda).
La capital de Sichuan concentra una zona tecnológicamente puntera y de innovación que, tan cerca en el tiempo como en 2016, se la designó como la ciudad internacional más innovadora. En Chengdú se cuentan hasta 83.000 empresas que se dedican a la ciencia y la tecnología en su zona metropolitana. De hecho, en el sector sur de la urbe, entre la tercera y la cuarta circunvalación, se ubica la Zona de Desarrollo de Alta Tecnología, un moderno polo de innovación donde se han instalado más de 1.300 empresas, de las cuales más de 150 pertenecen a la famosa lista Fortune 500. Una de las construcciones que destaca en este distrito es el New Century Global Center que, con sus 1,7 millones de m2 es el edificio más grande del mundo por superficie. Además de poseer un centro de convenciones, en su estructura conviven tiendas, un parque acuático, una pista de patinaje sobre hielo, un hotel y hasta una universidad.
Por todo ello, y por su excepcional posición geográfica, se ha convertido en punta de lanza del programa del “Gran Desarrollo del Oeste”. Unas actuaciones, que se iniciaron en el año 2000 y que han cristalizado, casi dos décadas después, en una evidente mejora del nivel de vida de esta región, así como en un destino privilegiado de la inversión extranjera. La parte occidental de China ocupa dos terceras partes de su territorio y su población representa casi una cuarta parte del total nacional. Este ambicioso plan implica a 6 provincias, incluida Sichuan, a las 5 regiones autónomas y a Chongqing, un municipio subordinado directamente al gobierno central y que tiene una población que sobrepasa los 30 millones de habitantes. El oeste chino es rico, también, en yacimientos minerales, recursos energéticos y turísticos.
Refinada calidad de vida
Más allá del desarrollo económico, y de todos sus indicadores estadísticos, la vida en Chengdú alza el telón todos los días y sus moradores evidencian un gusto por una existencia refinada. Una de las primeras costumbres que tienen es la de desayunar en una de las centenares casas de té que abarrotan sus calles y avenidas. La ciudad figura en las guías turísticas como un destino imprescindible para los amantes del té y no suele decepcionar. Estos establecimientos, algunos de ellos muy antiguos, se esconden en bellos parques y jardines. Aquí se respira el verdadero ambiente popular con la costumbre de combinar la alta carga de antioxidantes del té en conjunción con los minerales, vitaminas y proteínas de los frutos secos, que es típica de quienes aquí viven.
Si se rebusca en la historia, se comprobará que las primeras casas de té en China se originaron en Sichuan hace más de dos milenios. Esta bebida tiene un fuerte arraigo histórico y patrimonial y, en particular en Chengdú, sus gentes lo toman para relajarse y solazarse con su buen gusto. En confortables sillas y hamacas hechas de bambú, clientes habituales y turistas pueden disfrutar de una escena típica en estos lugares donde el favorito de esta ciudad es el té de jazmín.
La auténtica gastronomía de Chengdú no se basa solo en la fortaleza de su marcada condimentación, sino que persigue el principio culinario de “fragancia fuerte, fresca y, al mismo tiempo, picante”. Los expertos se refieren a la cocina local como la de “cien platos, cien sabores”. Se hallará entonces una amplia selección de ingredientes así como de colores, aromas, formas y, sobre todo, sabores.
Entre otras exquisiteces, no sería bueno irse de aquí sin probar alguna de sus variadas e innumerables delicias que los vendedores ambulantes pasean por sus calles. Desde la madrugada hasta el anochecer, no importa si llueve o hace sol, su fragancia y la voz de los mercaderes para atraer a quienes los prueban sobresalen entre el bullicio. Los platos más famosos son el lai tangyuan (bola de arroz glutinoso de Lai) en la calle Zongfu; el zhong shuijiao (rellenos de carne picada o verdura enrollados en una masa fina y delgada de Zhong) en el callejón de Lizhi; o el ma hongshu (batata de Ma) y el zhang liangfen (mermelada de almidón de Zhang) en Dongzikou.
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