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¿Qué pierde Ecuador con la derrota del progresismo?

«La victoria de Noboa consagra el dominio de las élites y deja a América Latina sin un aliado clave para la justicia social», sostiene el historiador Juan Paz y Miño.

Las elecciones presidenciales del 13 de abril de 2025 marcaron un antes y un después en Ecuador y en América Latina. Con la victoria de Daniel Noboa, el país no solo prolonga un ciclo de poder empresarial-neoliberal que se instauró desde 2017, sino que también deja en el camino una oportunidad histórica de construir un modelo de desarrollo con justicia social, equidad y soberanía. La derrota del progresismo no fue solo la de una candidata. Fue la de un proyecto nacional incluyente, sustentado en la unidad política de sectores diversos, y con respuestas concretas para la crisis.

La unidad progresista: un acuerdo inédito entre izquierdas, centro e incluso sectores moderados

Pese a la campaña de desprestigio sistemático, la propuesta encabezada por Luisa González logró una articulación política inédita en los últimos años. La Revolución Ciudadana no fue sola a esta elección: contó con el respaldo explícito de movimientos sociales, sindicatos, sectores del centro político, organizaciones feministas, campesinas, y figuras destacadas del pensamiento y la acción pública, más allá de su afiliación ideológica.

Como afirmaba González en los últimos días de campaña, “logramos la unidad” no era una consigna vacía, sino el resultado de una labor paciente, “uno a uno, poco a poco, reunión a reunión”, para tejer un acuerdo amplio y patriótico. Ese esfuerzo representaba una verdadera alternativa de poder frente a la restauración oligárquica que ahora se confirma.

Un programa de gobierno con respuestas reales para la crisis

A diferencia de las propuestas imprecisas y vacías del presidente electo, el programa de Luisa González presentó una hoja de ruta concreta para enfrentar la crisis multidimensional del país:

  • Recuperación de la inversión pública en infraestructura, salud y educación como motor del empleo y del crecimiento sostenible.
  • Créditos para vivienda de hasta 8 mil dólares y urbanizaciones dignas para las familias sin casa propia.
  • 150 mil nuevos cupos en universidades y becas para democratizar el acceso a la educación superior.
  • Emergencia sanitaria para garantizar el abastecimiento de medicinas, contratación de personal médico y repotenciación de hospitales.
  • Reforma integral en seguridad ciudadana, con el ingreso de 20 mil nuevos policías, equipamiento moderno, y control del sistema penitenciario.

Todo esto basado en un modelo de Estado activo, planificador y garante de derechos, contrario al achicamiento que ha dejado a millones de personas sin servicios básicos y sin futuro.

Una victoria de las élites, un país sin brújula popular

El triunfo de Noboa —cimentado sobre la fragmentación del movimiento indígena, el voto emocional y la violencia política— consagra un régimen favorable a las élites del poder. No se trata de una novedad histórica, sino de la restauración definitiva del modelo económico y social que ya operaba en las últimas décadas del siglo XX: privatización, flexibilización laboral, concentración de la riqueza, debilitamiento del Estado.

Este modelo no deja espacio para los derechos sociales, ni para la inversión pública, ni para políticas redistributivas. La apuesta por una “guerra interna” como solución a la inseguridad, bajo asesoría extranjera, promete una mayor militarización y criminalización de la pobreza, sin atacar las raíces estructurales del crimen organizado y con esas propuesta la ola de violencia va a continuar.

América Latina pierde un aliado

La derrota de Luisa González también significa un golpe simbólico y estratégico para el progresismo latinoamericano. Líderes como Lula da Silva, Claudia Sheinbaum y Pepe Mujica expresaron su respaldo a la candidata por representar un proyecto alineado con la construcción de una sociedad del bienestar, soberana y democrática.

Ahora, Ecuador se suma al bloque de gobiernos conservadores que giran en torno a la doctrina de la “libertad económica” y que se vieron representados en la reelección de Donald Trump en Estados Unidos. El presidente electo no ha descartado bases militares ni acuerdos de seguridad con Washington, lo que podría colocar al país como un eslabón más en las tensiones geopolíticas con China y en la pérdida de soberanía regional. Hacia allá caminará una buena parte de las reformas a incluir en la nueva Constitución.

La izquierda y los movimientos sociales ante un nuevo ciclo

El resultado electoral obliga a la autocrítica. El “correísmo” histórico ha recibido un golpe profundo, mientras que la alianza progresista, pese a su amplitud, no logró transmitir con suficiente contundencia la gravedad del momento y el alcance de su propuesta. El movimiento indígena, con posiciones divididas y bases que votaron mayoritariamente por Noboa en la Sierra y Amazonía, deberá también revisar sus estrategias si aspira a ser protagonista en la reconstrucción de una alternativa de país.

Pero lo que viene no es solo una época difícil. Es una época peligrosa para la democracia. Noboa en su corto periodo ya criminalizó la protesta hasta por derechos fundamentales como el agua para los esmeraldeños, el odio difundido por los medios corporativos, la desinformación y la judicialización de líderes populares podrían intensificarse. Y sin un Estado presente, los derechos laborales, sociales y ambientales quedan a merced del mercado.

Un momento de inflexión

El país ha optado por un rumbo que favorece a las élites, en un contexto de crisis que exigía respuestas sociales profundas. La derrota del progresismo implica la pérdida de un proyecto de país, por su parte, la América Latina progresista pierde en Ecuador a un aliado en la construcción de un modelo de bienestar, integración regional y justicia social. Lo que se ha perdido no es solo una elección: es una oportunidad histórica de cambiar el rumbo.

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